REVISTA DEL HOSPITAL > Junio 2015 volumen 35 Número 2 > Prof. Enrique Marcelo Beveraggi, “mi maestro”

Rev. Hosp. Ital. B.Aires 2015;35(2):37-8.

RECORDATORIO

Prof. Enrique Marcelo Beveraggi, “mi maestro”

 

Eduardo de Santibañes

Servicio de Cirugía General. Hospital Italiano de Buenos Aires
Correspondencia: eduardo.desantibanes@hospitalitaliano.org.ar

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Enrique Marcelo Beveraggi fue un ser humano excepcional y su pérdida nos ha dejado un gran vacío y dolor. Su personalidad arrolladora y su capacidad para atender las necesidades del prójimo pesan más que esa desagradable ausencia y nos hacen revivir solo lindos recuerdos e increíbles vivencias compartidas con él.

Tuve el privilegio de ser su discípulo y esa sustancial ventaja me permitió ser espectador durante 40 años de sus experiencias, enseñanzas y, sobre todo, gozar de su inmenso cariño, sensibilidad, inteligencia y generosidad.

Aunque la mayoría de sus innumerables amigos y pacientes creen que Beveraggi era chaqueño, nació circunstancialmente en San Carlos de Bariloche, dado que su padre, Enrique Juan, dedicado a la explotación de la industria maderera, estaba obligado a frecuentes viajes junto a su mujer Esther Parodi. Después de tener el matrimonio 5 hijas vinieron 2 varones, siendo Enrique el mayor.

A los siete años se radicó en Chaco, donde completó sus estudios primarios y secundarios y se graduó de chaqueño para toda la vida. Estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires y accedió por promedio de notas al Hospital de Clínicas, pero dejó el cargo tempranamente para pasar al Hospital Español.

Siendo practicante mayor de la guardia, el gobierno de turno, recluyó a Beveraggi en la Cárcel de Devoto por pensar diferente y expresarlo, por un período de 7 meses.

Durante ese lapso, Margarita Telenta, una estudiante avanzada que era ayudante en la cátedra de Anatomía Patológica, ingresó en dicha guardia. Por meses escuchó las anécdotas del practicante mayor ausente. Cuando Beveraggi fue liberado y retomó sus tareas habituales, conoció a Margarita. Las discusiones luego de la cena en la guardia del Hospital Español eran famosas, pero más lo eran las de Enrique y Margarita, que se extendían más de la cuenta. Cuando ambos comunicaron que se iban a casar, los compañeros risueños les preguntaban: “¿Se van a casar o a matar?”. Pero se casaron y fueron a vivir a Hurlingham.

Beveraggi salía hacia el Hospital Italiano (HI) muy temprano todas las mañanas dado que su maestro Alejandro Pavlovsky, habiendo ganado el concurso de Jefe de Cirugía, lo había privilegiado solicitándole que lo acompañara. De esta manera comenzó la historia de Beveraggi en el Hospital Italiano.

Me apresuro a relatar cómo fue mi primer encuentro con quien sería mi maestro. Tras rendir los exámenes de admisión a la residencia en el HI tuve la entrevista de rigor. Beveraggi, que era entonces Jefe de Docencia e Investigación y uno de los entrevistadores, no intervino demasiado e incluso salió del salón antes de que terminara el coloquio. Como muchos, yo no sabía si iba a elegir esa u otra residencia, de hecho tenía otra en mente, así que era posible que esa hubiera sido la única vez que lo hubiera visto. Pero al salir me llamó campechanamente “Che, Saladillo, vení” y comenzó una charla muy provinciana, nada protocolar, muy típica de él, hasta que fue al grano y me contó su sueño: “Quiero hacer el mejor servicio de cirugía del país, pero necesito gente que ame lo que yo amo. Vos sos provinciano como yo: tenés que venir acá…”. ¡Imaginen el alma de un postulante sediento de todo, pero fundamentalmente de una oportunidad!... Quedé seducido por su personalidad, su proyecto resumido en 5 minutos, y, gracias a él, elegí la residencia de cirugía general del Hospital Italiano.

Nunca más se cortó ese vínculo con mi maestro; ese entendimiento fácil, a veces solo con gestos o miradas; esa admiración por alguien a quien vale la pena admirar.

Este pequeño relato muestra una de las virtudes de mi maestro: su carisma, su capacidad de motivar, de transferir su sueño en forma simple, clara, sin rodeos y siempre con la verdad por delante.

Para nadie de los aquí presentes Enrique Beveraggi es desconocido. Como académico han apreciado sus logros al distinguirlo por su trayectoria científica y sus valores éticos como par, lo que me exime de enumerarlos.

En el Hospital Italiano, porque su presencia está tallada en el espíritu, en la visión y en cada rincón de sus pasillos.

En los más jóvenes, porque su nombre es tan grande que no puede pasar inadvertido para quienes se acercan a la cirugía. Podría hablarles semanas, meses, de Beveraggi, pero el tiempo es breve y quisiera solo rescatar para los jóvenes el ejemplo de un hombre admirable, un maestro genuino que disfrutaba del éxito de sus discípulos. Que estimulaba la independencia de criterio y aceptaba el disenso aprendiendo constantemente de él.

Si tuviera que elegir tres virtudes que conformaban esta personalidad fascinante les diría: la humildad, la generosidad y la honestidad. Constantemente, desde el año 1975, fui testigo fiel de ellas y, como todo discípulo, muchas veces traté de hallar fallas en mi maestro en la búsqueda inconsciente de afianzar mi personalidad.

Imaginen las presiones a las que puede haber sido sometido un esposo, padre de 4 hijos, jefe de DDI, Jefe del Servicio de Cirugía, Director del HI, Director del Plan de Salud, Rector de la Escuela de Medicina, Presidente de la Asociación Argentina de Cirugía, de la Academia Argentina de Cirugía, Ministro de Salud Pública y abuelo múltiple, entre otras. He sido testigo de ocasiones en las cuales el hombre puede claudicar, yo hubiera claudicado; pero no fui testigo de claudicación alguna de Beveraggi. Siempre pensé que, si la Argentina tuviera muchos como él, seguramente sería distinta. Mi padre me repetía con frecuencia esta frase del genial Julio Verne: “Todo lo que un hombre puede imaginar, otros hombres podrán hacerlo realidad”; yo a esto agregaría: “Lo difícil es imaginar”.

Y esta característica distinguía a mi maestro de muchos de nosotros: él tiene la capacidad de imaginar lo impensable y posteriormente hacerlo realidad.

Mientras me entrenaba en Pittsburgh en 1981 pensaba “esto nunca lo vamos a poder hacer en la Argentina, es como mandar un cohete a la luna; no contamos con estos recursos ni humanos ni materiales”…

Pero Beveraggi me visitaba en Pittsburgh y me cuidaba, estimulaba y motivaba como los verdaderos maestros. En uno de esos viajes junto con Fernando Bonadeo, me dijo: “Ahora tenés que volver. Vamos a trabajar y lo vamos a hacer en la Argentina”. Él tuvo la capacidad de imaginar… Mientras realizábamos los primeros trasplantes, Beveraggi caminaba por el quirófano y cada hora me preguntaba cómo marchaba todo. Valoren ustedes lo que significaba ese respaldo. Sin duda, él tenía los mismos temores que teníamos todos por realizar una tarea de pioneros, pero nunca lo dejaba trasuntar y así nos infundía una enorme seguridad. Si él estaba, todo iría bien.

Como comúnmente se dice, sin pretender abarcar la vastedad de implicaciones del concepto, “la educación argentina vive aún del empuje que le dio Sarmiento”, podría afirmarse que el Hospital Italiano exhibe aún el empuje del proyecto médico de Beveraggi, que básicamente se resumía en médicos de tiempo completo que amen lo que hacen, que investiguen hasta los límites de la especialización en busca de la excelencia y que lo difundan en un proyecto docente riguroso. Pero como era un soñador con los pies en la tierra, imaginó las condiciones para que el proyecto fuera sustentable en un país permanentemente cambiante. Así, no solo apoyó la creación del Plan de Salud sino la introducción de la especialidad de Medicina Familiar y la del Instituto Universitario, del que finalmente fue su primer Rector. Con ello anticipó dos líneas de trabajo que las Academias de Medicina y Ciencias del mundo fomentan de modo creciente: el imprescindible enfoque social que deben tener los centros de excelencia en una sociedad cuyas inequidades son determinantes evidentes de salud y el creciente reconocimiento de la labor de excelencia de muchas de nuestras colegas mujeres, en pie de igualdad por sus capacidades.

No voy a mencionar en particular ninguno de los logros académicos que ha obtenido mi maestro, pero sí les puedo asegurar que accedió a todos. Tan importante como lo anterior es la gran tarea médica y la devoción solidaria que constantemente lo acompañaron en su relación con los pacientes. Siempre dispuesto a ayudar con palabras de aliento, mezcladas con bromas o anécdotas cuando la circunstancia lo ameritaban.

Esta historia, si quisieran novelada en la relación maestro/discípulo, pretende enfatizar las ventajas de tener un mentor, un guía, un padre adoptivo. Con el agregado de que a las verdades de nuestro padre biológico seguramente les daremos menos crédito que a las de nuestro maestro.

A los jóvenes les aconsejo que, si aún no tienen un mentor, se esfuercen en conseguirlo, en buscarlo. Él no les golpeará la puerta y les dirá: “Quiero que seas mi discípulo”. No, eso es muy improbable en los tiempos que vivimos. Pero no se den por vencidos y demuéstrenle una y otra vez que les apasiona lo que él ama y así la chance será mayor.

Por último, quisiera transferirles una reflexión, un simple enunciado que me transfirió mi maestro y que los ayudará a separar lo esencial de lo superfluo, lo eterno de lo temporal, y que es fundamental para mantenerse centrado, equilibrado, balanceado. Ese equilibrio mágico y sabio que alinea a los astros, se relaciona con los afectos. Los afectos, creo yo, son la base fundamental de una vida plena colmada de satisfacciones y de alegrías. Beveraggi vivió rodeado de afectos: su esposa Margarita; sus cuatro hijos, María, Enrique, Bibiana y Paula; sus 22 nietos y 2 bisnietos, y los innumerables amigos. Ellos siempre constituyeron ese centro esencial directamente relacionado con su equilibrio emocional.

He querido contarles la historia de un gran hombre como fue Beveraggi, no simplemente para relatarla y convocar la atención como en una película fascinante, sino para transmitirles el ejemplo de la pasión y decirles que la mejor enseñanza sería lograr que no se conformen con haberla escuchado, sino que se comprometan con el protagonismo de los verdaderos soñadores como él.